Atravesar las sombras,
abrirle las costuras mal zurcidas,
que tiemble el frío.
Buscarse bajo el plomo confuso
aterido de impropia realidad.
Lanzarse a la conquista nuevamente.
François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire (París, 1694 – 1778), fue un escritor, historiador, filósofo y abogado, miembro de la Academia francesa, figura como uno de los principales representantes de la Ilustración, un período que enfatizó el poder de la razón humana y de la ciencia en detrimento de la religión que quedó relegada al plano de las convicciones individuales.
La Ilustración inspiró profundos cambios culturales y sociales, y uno de los más drásticos fue la Revolución francesa. (1789) y el inicio de la Revolución Industrial. Se denominó de este modo, Ilustración, por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la ignorancia de la humanidad mediante las luces del conocimiento y la razón.
Podemos entender, por tanto, que, con La Muerte de Voltaire, Juan Antonio nos presenta un poemario en el que poetiza sobre la sociedad actual en la que parece ser que el predominio de la razón, del espíritu crítico y los logros y avances sociales conquistados en los dos últimos siglos se tambalean en la cuerda floja de otras mediocridades consumistas, mercantilistas e individualistas.
Hay autores en el terreno de la historia y la sociología que afirman que sobre los años 80 comenzó el declive de la Edad Contemporánea y comenzó a conformarse lo que hoy en día se conoce como Posmodernidad.
Bien, llegados a este término, algunas reflexiones propias sobre La Muerte de Voltaire. Juan Antonio Molina diserta en este poemario sus apuntes desde la vida a la muerte; todo omega necesita un alfa para justificarse la existencia; esa a la que comúnmente llamamos vida, y en cuya cumbre se gestan los misterios, tanto de lo conocido, como de lo desconocido como culminación de un proceso obligado que para todo ser vivo tiene un punto final, el mismo punto final.
De la pluma de Molina, fruto de su larga experiencia no podrían haber salido otros versos que versos impregnados de compromiso filosófico, moral, adornados e impregnados con cierto misticismo y arropados con todos los matices de las bellas artes; versos que materializa con abundancia de referencias literarias, pictóricas, mitológicas y cinematográficas que, con un lenguaje culto, pero próximo, de amplio y rico vocabulario, el autor traduce en nítidas imágenes literarias, Soportados sobre un cimiento común que no es otro que el cimiento que rige a lo largo de su trayectoria literaria y vivencial: el cimiento de la sinceridad comprometida, sin estridencias pero contundente, al plasmar esta especie de decadencia moral y miseria social o asocial (según se mire) que nos rodea el siglo XXI y que se puede resumir, sin caireles y con desnuda sencillez, en el título del propio poemario.
Llagada realidad de simulacros
jaula de ónice en los bordes
de un círculo de luz por donde circula un desmayo,
aves que no detienen su vuelo,
bogar sin muerte por el efímero deseo de salvación.
La muerte de Voltaire continúa su andadura con un rosario de poemas que, tras haber definido y escalado POSMODERNIDAD, a juicio del autor, se asoman al Retablo de Chanfalla, nos pasea por las montañas de Austria, las flores de Hiroshima, por Tánger, el valor del Tempus fugit, y poetizando sobre el CAOS AMOROSO, nos sitúa ya en la segunda parte del poemario a la que el autor ha titulado EXTRARRADIO. Un EXTRARRADIO al que Juan Antonio nos presenta con la cita: Tal vez nos estemos haciendo las preguntas equivocadas… Agente Brown, Matrix.
Poemas cortos, algunos de un único verso como el primero de ellos de Título AMANECER con el que el poeta quiere buscar una salida a todo este mare magnum del sin sentido de la decadencia. “Me cobijo en la primavera que junto a ti hay en pleno invierno”, dice el poema.
Una segunda parte, a mi entender bien separada, con una característica totalmente diferente a la primera.
En todos los poemas de la primera parte, el autor queda al margen de sus discursos, prioriza, el yo lírico por encima del yo poético. Se aleja de su ego y nos expresa su sentir, sus emociones, sus convencimientos con otros recursos que no le pertenecen, que están fuera de él, fuera de su persona.
Pues bien, en esta segunda parte EXTRARRADIO, Juan Antonio pone en valor su yo poético, escribe en primera persona algunos de sus poemas y en su discurso incluye al amor, al desamor, incluso con algunos versos decididamente inmersos en el lenguaje del erotismo.
Así, nos deja poemas de títulos tan rotundos como sugerentes: AMANECER, CARICIA, ETERNOS, INSTANTES, AMARTE, TAMBIÉN ME AMAS, VERANO, BESO IMPOSIBLE, TRAS ELLA, PASIÓN, PECADO, INMORTALES, entre otros títulos.
Poemas que nos acompañarán con mucha más suavidad, pero no con menos intensidad poética hasta el final del libro.
EPÍLOGO, A MODO DE RESUMEN.
En este libro: “La muerte de Voltaire”, el autor, convencido de que sin agitación no hay poesía y que sin provocar al lector el poema se queda corto, ha intentado (y creo que conseguido) que seamos nosotros, los lectores los que en realidad vayamos construyendo cada poema, basándonos en las imágenes que con su cuidado minucioso y bien cultivado lenguaje poético nos ha ido dejando en el correlato que él ha expresado en la propia grafía de cada verso.
Un libro, por tanto, que no debe leerse metiéndose en sus palabras sino proyectándose desde ellas; no buscando el entendimiento, la comprensión, ni la razón en sus imágenes poéticas sino dejando que las figuras creadas en todos y cada uno de los poemas eclosionen desde nuestro interior y en esta maravillosa cualidad del lenguaje, sea la insistencia de la sorpresa y la fatalidad del laberinto la que nos rompa y reconstruya.
Quiero entender que el autor, con este tercer poemario que sigue los pasos de sus predecesores: “Vivir en el Leteo” y “El salario de Caronte”, cierra una trilogía unida por un hilo conductor que la define: El mundo, la existencia, la vida, la muerte, el amor, el inconformismo, la apuesta por lo esencial y lo existencial, a las que tantos poetas han dedicado sus versos; la indagación desde dentro y hacia adentro implementados sobre los guiños mitológicos, pictóricos, paisajísticos, musicales, cinematográficos etcétera, que definen un sello propio de autor; el sello Molina.
Un último apunte que salta más allá de las lindes del poemario: Pasar desde Vivir en el Leteo por el Salario de Caronte para terminar en la Muerte de Voltaire es como un recorrido que pone en valor la necesidad de no perder de vista nuestros orígenes sabiendo que el único final permitido a la vida es la muerte. Así de perdida está esta sociedad de la Posmodernidad, como le gusta nombrarla al autor, en la que estamos desahuciados según sus propias palabras. Efectivamente el Homo sapiens ha perdido su apellido Voltaire ha muerto y la luz de la Ilustración nos la han cegado con tanto neón mentiroso y bien calculado.
Este último libro, por tanto, cierra el círculo. De ahí que entienda la trilogía como una unidad. Con la Posmodernidad, el homo sapiens ha extraviado su apellido, lo pacífico ha quedado relegado al nombre de un océano y los social, parece ser que solo vibra en los corazones de aquellas personas que visitamos las bibliotecas del progreso y de la igualdad.
¡Cuánto desorden en estas avenidas del siglo XXI!
AboroJuan, marzo de 2022
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